18 mar 2011

Habitación

Una ocasión que estaba en casa de mi madre, viendo de reojo la ventana del vecino, pero la cortina no me dio oportunidad de ver más jah! Cuando inicio era porquería de palabras, ahora que lo termine... bueno, no es lo mejor que he hecho pero hace rato que no me inspiro con nada y debo aprovechar lo poco que sale. ¿He perdido mi creatividad? jaja

Invierno era la estación cuando llegue a un fraccionamiento a rentar. No era más bienvenido en la casa de mis padres, así que ahora dependía de mi mismo, con una edad exacta de 23 años ya era muy capaz de cuidarme solo.
La casa era cálida, a pesar del complicado clima, la casilla era la planta alta de un par, una abajo y otra arriba y así repetidamente con las otras casas, tenía un estacionamiento suficiente para dos autos, la planta baja gozaba de patio trasero, en mi caso no. Cuando la visite por primera vez para juzgar sus atributos y defectos no asome mis observaciones tanto tiempo fuera de las ventanas, fue a causa de que tenían una ligera vista a un horizonte de cielo azul y árboles obstruidos por las otras casas y sus patios traseros.
Al mudarme esas observaciones se hicieron constantes, en total eran cinco ventanas, tres tenían la vista hacia la calle principal y las otras dos, pertenecientes a las habitaciones, creo que era mucha casa para mi, daban panorama a los interiores de algunas casas, una al patio de un vecino y la otra a las ventanas cubiertas por cortinas, algo que hasta el momento parece nada interesante.
Una mañana de terco frío eché un vistazo fuera de la ventana de mi habitación; ahí, no muy lejos de mi edificio y unos centímetros más abajo que mi cuarto, tenía perfecta visión a la habitación de una hermosa niña de tal vez unos diez y siete años, llegaba a ver la cama cubierta por una colcha color rosa pastel de cuadros blancos. Ese día, si no mal recuerdo, fue un domingo, ella estaba acostada con un libro en manos, vestía una blusa azul, unos guantes negros que le cubrían hasta la mitad de sus delgados dedos, una piel blanca semejante a la porcelana, sus cabellos negros y desordenados por la almohada, sus ojos dormilones sin presumir maquillaje, quietos en la lectura nunca se percataron de mi instancia.
De pronto dejo caer el libro y cerrando por completo los ojos resultó dormida, no pude dejar de ver la escena y una hora perdido en el ocio de su quietud me quede, no hubo quien nos interrumpiera en la tranquilidad de nuestra inutilidad, ella inmóvil en sus aposentos, sin dejar la respiración atrás y su imagen apacible, ella… ¿cómo podría llamar a esa chiquilla? necesito un nombre para dirigirme a ella, pues ella no es “nadie”. Lidia como la región, en realidad fue lo primero que se me ocurrió. Lidia, mi niña, de quien ya me he enamorado sin tener la oportunidad de hablar con ella.
Después de esa hora, me retiré para salir a la calle, observé su casa detalladamente, camine lejos, cada vez más lejos. De regreso en la noche, las cortinas en sus ventanas ya tapaban la vista hacia dentro de la habitación, las luces encendidas y una sombra dispersa moviéndose de un lado a otro, Lidia debía estar preparándose para descansar.
Lidia resultó ser una mujercita de gustos excéntricos, su verdadero nombre es tan hermoso como ella misma, pero se ha acostumbrado tanto al que yo le puse que no quiere que deje de llamarla así. Tan inevitable fue nuestro encuentro como ahora inevitable es nuestra historia, y al momento mismo de conocerla supe que no sería amargo el destino, si no dulce como la suerte.

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