Hace tiempo me sucedió algo extraordinario, aunque es la primera vez que lo expreso, siempre ha estado en mi mente; busco una explicación pero no logro nada, de hecho a veces ya no sé si realmente fue real o sólo fue un sueño…
Cuando estudiaba en sexto de primaria, mis amigos me retaron a caminar por las calles a media noche a cambio de algunas monedas y golosinas; acepte sin rodeos, es decir, no era tan difícil como permanecer encerrado toda la noche en un cementerio o algo por el estilo y como prueba debía llevar fotografías de las casas a oscuras, algo muy sencillo.
Esa misma noche preparé una mochila, en ella guarde una linterna; una cámara fotográfica de esas viejas que necesitan rollo; las llaves de mi casa, por suerte mi madre ya me las confiaba y una barra de chocolate “para el camino”. Escape con dramatizada cautela de mi habitación y prontamente de mi casa.
Caminé dos cuadras fotografiando todo lo que podía, hasta que en cierto punto escuche el chillido de un perro, que después se convirtió en ladridos; no me asusto en lo absoluto, me detuve buscando con la mirada al perro, como el sonido se escuchaba en la parte de arriba, miré el techo de una casa color blanco; en efecto, ahí estaba un perro negro que apenas pude distinguir sus penetrantes ojos brillantes, mirándome fijamente y sin intentar moverse; me pareció simpático y le tome una foto, pero tras apartar la cámara de mi rostro me di cuenta de que el perro ya no estaba. Me quede quieto, observando el vacio lugar donde antes había un perro, pensando en realmente nada… después saque la barra de chocolate y le di una exagerada mordida y pronto regrese a casa, teniendo en mente los ojos de aquel perro. Aun así pude dormir plácidamente el resto de la noche.
Al día siguiente, al terminar mis clases, lleve a revelar las fotografías pero las tendrían listas dentro de dos días. Entonces fui a curiosear a la casa blanca de anoche; miré el techo pero no había nada, toque el timbre de la puerta dos veces y sin prisa una anciana me atendió.
Recuerdo que era más bajita que yo, tenía unos hermosos ojos grises pero tristemente perdidos, de una tez pálida y expresión naturalmente enfadosa.
-Buenas tardes –dije inmediatamente-, perdone la molestia… solo me gustaría saber si, ¿usted tiene un perro negro?
Pero ella solo me miro fijamente sin contestar mi pregunta.
-Es… no quiero hacerle daño –hable más nervioso-, es que ayer lo vi en el techo y…
-No tengo perros –expreso con seriedad-, nunca me han gustado.
Y tras decir esto cerro la puerta, decepcionado regrese a casa, un poco intrigado por lo que había visto esa noche y por lo que contestó la anciana, pero me esperanzaba la idea de tener pruebas en aquellas fotos. Cuando por fin las obtuve, las revise minuciosamente y me di cuenta que en la foto donde debía estar el perro no había nada, salvo un detalle, que hasta la fecha puedo ver; no son explícitamente los ojos de aquel perro pero sí, apenas sus brillantes pupilas difuminándose en la oscuridad, nadie más logra verlo y me han llamado mentiroso, raro y loco por que no pueden ver lo que yo.
De mi apuesta recibí una buena recompensa pero eso es algo que ya se perdió, sin embargo el recuerdo de esa noche, de ese misterioso perro, de la pequeña conversación con esa anciana, prevalece. Dos años más tarde la dueña de aquella casa blanca falleció y hasta la fecha sigue deshabitada; del perro o la historia de la señora nunca averigüe nada.
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